De pronto un día vi la luz por primera vez, un 13 de noviembre de hace bastantes años; vine desde el más allá a investigar el más acá, comencé a formar mis propias impresiones de todo, pero llegué sin nada, sin prejuicios, sin odio, sin rencor, sin amigos, sin nada. Ese primer o segundo año de mi vida fueron de suma importancia para la auto imagen que me formé del mundo; ya que no contaba con lenguaje para expresarme, ni con anteriores experiencias, ni con el poder del pensamiento desarrollado; asumí que todo lo sucedido entonces, era normal. Fui el primer hijo de aquel nuevo matrimonio que pensaba formar una familia, por lo que mi único contacto en ese momento eran solo mis padres, ellos fueron la primera muestra de lo que era el mundo entero, me forme verdades subjetivas vagas, simbólicas y muy generales sobre mi y sobre las personas que me rodeaban, sin embargo esa verdad se formo sin un fundamento sólido, gracias a un conato de experiencia reducido a su mínima expresión y a la grande influencia de mis padres. Por ejemplo: Si algún día resbalé de los brazos de mi madre por accidente, en mi inconsciente quedará la idea generalizada de que no es posible confiar en los demás, esa desconfianza es mi verdad y nadie logrará moverme de esa postura, solo yo tengo el poder de cambiarla. Es fácil solucionar un problema cuando conozco la causa raíz pero no siempre me doy cuenta a que se debe mi comportamiento o mi actitud, la ventaja es que hoy tengo el poder de razonar y la capacidad de análisis para darme cuenta y reconocer que mi verdad no era completamente cierta, que mis padres trataron de darme lo mejor pero no me preguntaron si estaba o no de acuerdo con ellos, que hoy puedo tomar la decisión del rumbo que tomara mi vida y asumir las consecuencias si me equivoco y que he pasado toda mi vida engañado porque todo lo que siempre vi como verdad ahora se que fue la verdad mas mentirosa.
Era un día común y corriente; más corriente que común y menos común que corriente; el destino que estaba de ocioso puso los medios para que se conocieran. Ella, bella como una princesa, sus ojos eran el reflejo de un alma triste y confundida, sin embargo adornados por unas hermosas pestañas rizadas que en cada parpadeo reflejaban la paz de un ángel; él, envuelto en su soledad, romántico por naturaleza se reflejo por primera vez en aquellos ojos cafés inolvidables; ella inclino un poco el rostro al saludar; como avergonzada, como si sintiera el peso de su mirada sobre ella; él no pudo disimular la admiración que le causo su belleza; era toda una dama; ella no se atrevió a mirarlo a los ojos, él se encargo de que la amistad se consolidara día tras día; mientras ella le tomaba una confianza desmedida; él nunca pensó lo que ella imaginaba; ella nunca imagino lo que el pensaba; hasta ese día; ese día que ya no fue común, mucho menos corriente; ese día en que sus labios se juntaron intempestivamente; fuera de todo tiempo y lugar, fuera de todo reglamento o precepto; nada importaba en ese momento porque fue un instante mágico y genial; fue algo maravilloso, fue como cerrar con broche de oro aquella amistad para dar inicio a algo más profundo; era un desborde de pasión reprimido; ambos lo necesitaban pero ninguno se atrevía a reconocerlo; ella sintió temor; él se sintió confundido; ella le pidió que se alejará; él no supo expresar lo que sentía o ella no lo quiso entender; él respetó su decisión y se alejó; ella nunca sabrá el dolor que le causó; acto seguido; todo terminó.
