Imagina que caminas por la playa una noche de verano; sientes como se entierran tus pies en la arena a cada paso pero no logras ver el terreno que pisas, la brisa fresca del mar acaricia tus mejillas, la luna llena en todo su esplendor le da un toque romántico al ambiente e invita al océano oscuro, inmenso y misterioso a unirse a ella, las olas en su vaivén de pronto llegan hasta tus rodillas por la marea crecida, el mar embravecido le habla a la luna a cada instante como queriendo llamar su atención al tiempo que golpea tu cuerpo con tremenda fuerza y al retirarse trata de arrastrarte hacia él, como si tu fueras el culpable de no poder alcanzar a su amada; la luna, que parece estar más cerca que nunca, bella y callada dama, le da un toque de luz al momento pero no lo suficiente para lograr ver donde pisas; el océano, agresivo y altanero como un toro en celo te golpea con fuerza tratando de quedarse a solas con ella; y tú, haciendo mal tercio en medio de esta escena de amor; eres mudo testigo del gran acontecimiento, es algo impresionante, es la naturaleza en pleno romance; que inofensivo me siento, que pequeño me siento ante semejante muestra de grandeza; que momento tan inolvidable y a la vez tan irónico; hoy no veo por donde piso y mis huellas no dejan rastro; sin embargo, hoy más que nunca me doy cuenta del terreno en que me encuentro y lo pequeño que soy.
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